lunes, 27 de julio de 2009

Llovizna limeña



He permanecido una hora entera parado bajo la llovizna limeña, contemplando en complacido silencio y con sobrecogido deleite la inacabable ciudad tamizada por ese tenue velo que llamamos neblina, que difumina las toscas siluetas de los edificios enormes, pesados, esos que parecen querer invadirlo todo con sus moles de concreto. Sintiendo una a una las gotas menudas acariciar con su frescura mi cabeza aturdida, he visto feliz la neblina tocar esas moles horribles: envolverlas, cubrirlas... hasta casi desaparecerlas en una blancura uniforme, como si todo en el horizonte fuese sólo cielo.








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